miércoles, 31 de enero de 2007

Terrones de infelicidad, fracaso, inseguridad o decepción, para amargar el té de las cinco que eliminamos de tu horario.
Ceba tu ego, el que nunca existió, el que siempre has ahogado entre frustraciones de sal y alquitrán.
Negras, negras. Negras ilusiones nublaron tu vista al querer centrar tu punto de mira en un objetivo que se evaporaba.
Que nunca pudiste tocar.
Que nunca pudiste alcanzar.
Que siempre atronará en tus oidos a las cinco.
Porque desde que ya no tomas té, no has vuelto a ser el mismo.

domingo, 28 de enero de 2007

Entre pinceladas descolocadas amanece un día más. Movilización aérea sobre los campos sin cultivo donde se esconde el monstruo que roba mazorcas los fines de semana.
Era el extraño que se había aparecido en un sueño cuando aun tenía memoria mientras descolocaba las fotos tomadas en Berlín. No había venido a alborotar desde que las hojas empezaron a caerse de los árboles. Era todavía otoño y seguían sin visitar Nueva York.
Masticaban aceitunas verde botella como cristales sumergidos. Pero sin sal, tenían miedo a los problemas de corazón. De ahí que nunca leyesen la prensa rosa.

sábado, 27 de enero de 2007

Madrid

Desechos matutinos en las noches de Madrid.
Caminamos mirando al suelo, hablando poco, llevando todos nuestras corbatas grises a modo de soga, que ahoga tanto como esta rutina sin mar.
El humo de las calles nubla mi vista. Son los coches, sus tubos de escape, y todos los fumadores que salen de los establecimientos como si fuesen delincuentes, necesitando su dósis de nicotina. Cada tres minutos un nuevo cáncer a causa de esta droga. Otra célula sin diferenciar en los pulmones, en la lengua, en la garganta... Cada veinte minutos esa célula se divide en dos, al pasar otros veinte ya son cuatro y poco a poco, veintena tras veintena, otra vida más se apaga prematuramente.
Las puertas de metro vuelven a cerrarse en la misma estación y olvidaste bajarte. Esta vez no hay nadie a quien puedas gritar, nadie con quien descargar tus frustraciones. Pero llegas a casa y enciendes la televisión mientras te bebes otra botella de ron.
Soledad camuflada en el gris de la ciudad.
La incomunicación ya no nos comunica, sólo oimos los pitidos al otro lado del teléfono, mas nadie te responde.
El mar se ha marchado de Madrid y ya ni las caracolas hacen eco.